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 In memoriam 

Gustavo Cabrera

José Luis Lezama

Como gran parte de la vida y de la experiencia humana, Gustavo Cabrera llegó a la Demografía, y también a su querida institución, El Colegio de México, de manera fortuita. Aun cuando se dice que el hombre, producto que es de las circunstancias, puede influir y, en ocasiones, hasta cambiar estas circunstancias, lo cierto es que éstas influyen de tal manera en el rumbo de las cosas que, muchas veces, devienen destino. Así parece haber ocurrido con el arribo de Gustavo Cabrera a la disciplina a la que dedicó su vida y pasión, como también a la institución que lo abrigó y a la que quiso inmensamente.

Gustavo Cabrera traía, en su árbol genealógico, un fragmento de la historia nacional del siglo XX. Tenía alcurnia revolucionaria. Su papá, hombre cercano a Carranza, fue diputado constituyente en 1917, gobernador de Puebla y director del Colegio Militar. Su tío, Luis Cabrera, a decir de Octavio Paz, fue la mente más lúcida de la Revolución Mexicana. En muchos sentidos vivió con orgullo ese mundo de los herederos de la Revolución, y no en el sentido de percibirse como un hombre elegido, sino en el de asumirse en deuda con el país, con una gran responsabilidad, y con un profundo compromiso con la patria.

Las circunstancias que tienen que tejerse para que los hechos devengan y se constituyan en los eventos que definen las vidas personales son asombrosas, y no están guiadas por ninguna racionalidad, más bien las rige el azar. Gustavo Cabrera no conocía la demografía, ni a El Colegio pero, eventualmente, en una oficina de gobierno, en donde desempeñaba una actividad profesional como actuario, las circunstancias empezaron a constituirse en eventos, de tal manera que los personajes vinculados a esa historia en construcción fueron apareciendo, personalidades que fueron forzando los hechos para desembocar en su destino, la demografía y El Colegio; así, conoció a Leopoldo Solís y a Raúl Benítez, con quienes desarrollaría una cercana amistad, relaciones que por diversas circunstancias, y casi por necesidad, tenían que conducir a Víctor Urquidi.

Gustavo Cabrera compartió con Víctor Urquidí, de quien recibió grandes enseñanzas y afecto, su preocupación por el tema de la población. De hecho, fue Urquidi el primero en percibir la importancia del tema de la población, y pudo trasmitírselo a Cabrera con precisión. Una vez en sus manos, el tema poblacional adquirió en Gustavo Cabrera su propia personalidad, tomando relevancia el análisis cuantitativo del fenómeno demográfico de México, así como la generación de información, que se hicieron cruciales como sostén de la política poblacional.

Víctor Urquidi brindó a Cabrera el marco más amplio de los problemas del mundo dentro del cual se situaba México. En su contacto con los círculos intelectuales e institucionales en el mundo de su época, Urquidi percibió con claridad los problemas y los factores centrales de la crisis en la que había entrado la sociedad moderna industrial desde inicios de los años sesenta, lo cual se exhibía en algunas obras, hoy clásicas, publicadas en esos años.

En 1968, Paul Ehrlich publicó su libro The Population Bomb exponiendo allí, en tono en ocasiones melodramáticos, el dilema que representaba para cualquier proyecto de vida social, el inmenso y descontrolado crecimiento poblacional y planteando la urgente necesidad de su intervención correctiva. En 1970, Edward Goldsmith, editor de la revista británica The Ecologist, publicó su libro Blueprint for Survival en el cual sitúa, como un problema central del periodo actual de la modernidad, el consumo y destrucción irracional de la naturaleza, que conducía aceleradamente a una especie de suicidios colectivo del género humano. En 1972 se publicó Only one Earth de René Dubós y Barbara Ward y, en 1972 también, apareció el libro que sintetizó a todos los anteriores y le dio el sustento analítico más contundentes para entender algunos de los aspectos básicos de la crisis del sistema económico mundial y su inviabilidad en el mediano y largo plazo: Los Límites del Crecimiento.

En todas estas obras, los problemas centrales causantes de la crisis, y sobre los cuales se debía intervenir con urgencia eran las consecuencias indeseables del desarrollo tecnológico, el agotamiento de los recursos de la naturaleza y la llamada explosión demográfica. En 1972 tuvo lugar la Conferencia de Estocolmo sobre el medio ambiente humano y, en 1974 se efectuó la conferencia de Bucarest sobre el problema demográfico mundial. De igual manera, ambas cumbres dan testimonio de la importancia y centralidad del problema demográfico y del ambiental.

De acuerdo con el enfoque dominante, no solo en el mundo intelectual sino también en los organismos internacionales, uno de los grandes impedimentos para lograr el desarrollo económico y el bienestar social era la población, sus grandes volúmenes y su intenso crecimiento. Esta era la mirada prevaleciente tanto en la discusión demográfica internacional, como también en el campo de los estudios ambientales. En ambos campos la solución era reducir drásticamente el crecimiento poblacional, emergiendo la planificación familiar como una razón y acción de Estado. Todo el mundo no desarrollado fue sometido por los organismos internacionales a una política de control demográfico. En algunas partes del mundo, la planificación familiar adquirió rasgos de esterilización forzada, principalmente a las mujeres pobres, se trataba de reducir las tasas de natalidad de la manera más rápida y económica posible. En México, en el ámbito de la política demográfica dirigida por Gustavo Cabrera, se condenó esas prácticas, y fueron consideradas como las formas más violentas de intromisión de algunos sectores e instituciones del mundo desarrollado sobre los no desarrollados.

En el marco del debate internacional sobre el papel del crecimiento demográfico en la solución de la crisis del crecimiento económico, nace la Ley de Población de México de 1973, y con esta misión se crean las instituciones demográficas del gobierno federal. Gustavo Cabrera es el artífice de la política demográfica del país, y fue un ferviente creyente de la necesidad de regular el crecimiento poblacional para ajustarlos a los planes de desarrollo puestos en marcha por las administraciones federales de los años setenta. Gustavo Cabrera pensaba, sinceramente, que la reducción de los grandes volúmenes de la población mexicana y de su alta tasa de crecimiento era una condición necesaria para el desarrollo. Las metas demográficas que Cabrera impuso a la política poblacional del país, con su a veces obsesiva idea de reducir la tasa de crecimiento del 3.5 anual de esos años a un 1 por ciento derivan, seguramente, de esa especie de angustia colectiva internacional antipoblacionista, recogida con tanta vehemencia en la introducción del libro de Paul Ehrlich, donde narra  su visita veraniega a la India en donde, la ‘evidencia empírica’ de las masas humanas abarrotando y desbordando, las calles y los barrios de Delhi, le provocaron una imagen delirante y apocalíptica del mundo moderno en riesgo, según él, de un posible colapso ante la amenaza de ‘la bomba poblacional’.

Al final de su gestión, cuando el ritmo de crecimiento de la población parecía dar síntomas de un descenso, y al constatar que el ansiado desarrollo no llegaba, que el bienestar de la población continuaba ausente, que los pobres no solo se multiplicaban, sino que se hacía más pobres, Gustavo Cabrera se mostró desencantado con todo el esfuerzo realizado y llegó a expresar, en distintos momentos y de manera coloquial, que ‘la población le había cumplido al desarrollo, pero que el desarrollo no le había cumplido a la población’.